Reflexiones del último lunes del año
"Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo."
Ya vuelve a ser lunes. Pero es el último. Y seamos honestos, entre Nochebuena y Nochevieja no existen días de la semana. Existe el día de después de Navidad, el de antes de año nuevo, pero no existe ningún martes o jueves. Vivimos en una especie de limbo acordado entre todos.
Será un poco raro empezar el año un miércoles. ¿Empezar con los propósitos del año nuevo a mitad de semana? ¿Dónde se ha visto? Ya tienes todas las de perder. Creo que esta pequeña metáfora resume muy bien mi 2024, me he sentido a caballo constante entre una cosa y otra. Entre Madrid y Barcelona. Entre un corazón roto y la promesa de un amor para siempre. Entre Europa y América. Hombres y mujeres. Amistad y fama. Belleza y salud física. Familia y salud mental.
2024 ha sido un año de decisiones. No las he tomado todas aún, pero se me han presentado, y he podido familiarizarme con ellas. A día de hoy sé cuáles van a ser mis próximos pasos, pero no tengo tan claro a dónde me van a llevar. Por primera vez en mi vida, no me preocupa. 2024 ha sido el año en el que he aprendido, o más bien, he “desaprendido” a arrepentirme.
La cultura católica tiene muy arraigada eso de arrepentirse. Según la RAE, significa “lamentar haber hecho o dejado de hacer algo”. Es como intentar darle forma al humo. No se puede vivir en el "hubiera", es un país que no existe. No hay forma de visitarlo, de cambiar lo que hiciste o dejaste de hacer, ni de reescribir los días que ya pasaron. Solo existe el presente, y todo lo que puedes hacer con él.
Si no me hubieran roto el corazón no habría sabido cuánto duele, y nunca me habría dado cuenta de lo importante que es para mí que eso no ocurra de nuevo. Si no me hubiera lanzado de cabeza a un trabajo que me apasiona, no habría descubierto cuánto me llena. Este año también empecé a escribir en Substack, y aunque aún no llego ni a 100 lectores, he redescubierto que nunca escribí para ser leída, sino para sentir el calor de las teclas bajo mis dedos y el movimiento hipnótico del cursor insaciable parpadeando en mis pupilas. Me he gastado una fortuna en conciertos y musicales, desde el Wizink al 9:30, Apolo y los escenarios más recónditos de Broadway, y aunque tengo menos números en la cuenta bancaria, tengo más ganas de repetir experiencias similares.
He llorado mucho este año. Y aunque no he batido el récord con respecto a años anteriores, las lágrimas de 2024 sí me han dejado claro que si bien algunas celebran momentos felices, otras –la mayoría– limpian las heridas de los momentos tristes, y ambas son necesarias para recordarnos qué y quién importa de verdad. ¿Vas a llorar por un gilipollas o por tu futuro marido? A eso me refiero.
Quizá a eso lo llamen madurar. Sinceramente pienso que simplemente se trata de aceptar que la vida es un enredo eterno y que la perfección es un concepto aburrido. Piensa en lo entretenidos que eran aquellos laberintos en la tapa del pompero cuando eras niño. Al final pasabas más tiempo dándole vueltas a ese cilindro de plástico que soplando pompas. Así somos los seres humanos, atrapados en los detalles, olvidando lo esencial. Quizá porque no lo es tanto.
Está claro que termino el año con más preguntas que respuestas, pero también con menos miedo. Y es que, las respuestas, cuando llegan, no siempre son lo que esperábamos, y el miedo, cuando desaparece, deja espacio para algo mucho más útil: la curiosidad. Este año he aprendido a tener dudas, tenerlas de verdad sin que me pesen tanto, a convivir con lo que no entiendo del todo.
El caos es un estado natural, y ni yo ni nadie necesitamos controlarlo todo para seguir adelante. El tiempo avanza sin pedir permiso, no espera a nadie –ni mucho menos a mí–. El miércoles llegará, con sus propósitos ambiciosos y su aire extraño de media semana. Y, como con cualquier inicio, lo importante no será la precisión del calendario, ni la meticulosa organización de tu nueva rutina, sino ese impulso –a veces algo irracional– de empezar de nuevo, sobre todo cuando no sabes hacia dónde te va a llevar.
Quizá esa sea la mejor lección de este año: no necesitamos certezas para avanzar, solo un poco de valentía, y mucho mucho amor (de cualquier tipo, del que tengas más a mano).
Y sí, en 2025 seguiré hablando de amoríos, de sentimientos perdidos que aún ando buscando, de todos los soldaditos marineros que conocieron a otras sirenas, de todas las manos que me pusieron los pelos de punta al rozarme, y sobre todo, de ese único par que lo hizo hace tres años, y aún lo consigue a día de hoy con la misma intensidad.
Porque son esas historias, personales y ajenas, las que me recuerdan que el amor, en todas sus formas, sigue siendo lo que me mueve –y a la vez me mantiene anclada a mí misma–, lo que me inspira a escribir y a mirar el mundo con la esperanza de que, aunque todo cambie –personas, lugares, circunstancias– siempre habrá algo en mí que permanecerá intacto.
No busco respuestas definitivas, ni finales cerrados. La vida es, al fin y al cabo, un proceso en constante cambio, y lo más emocionante no es llegar a un destino, sino el viaje mismo. (Pero siempre agradeces poder aferrarte a una boya cuando nadas mar adentro a la deriva.)
Ya lo decía el poeta griego Konstantino Kavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. Ten siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido con lo que ganaste en el camino sin esperar que Ítaca te enriquezca. Ítaca te brindó un hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.”
No tengas miedo de quedarte en el laberinto un rato más. ¡Date cuenta! Nunca fue un laberinto, no estás perdido, y no tienes que buscar una salida, solo el paseo más bonito, el camino que más te guste. Disfruta.
Feliz último lunes del año.
Me ha encantado
Que bonito tu escrito , 💓💓