Cuenta atrás: 15 días en Madrid
Amo, luego existo. 'Only know you love her when you let her go'.
15 días me quedan en Madrid. 15 días para aprender a echarla de menos. Pero el otoño se acerca y llega el frío. Y desearía quedarme arropada en mantas en la calidez de la que, a pesar de haber sido mi habitación durante solo un año, hoy llamo hogar – y con un nudo en la garganta.
Siempre he dicho que el hogar está donde esté el corazón. Y el mío es un trotamundos. A mi corazón le gustan los paseos, especialmente esos en los que se puede permitir vagar sin rumbo. Pero en este caso solo puedo darle 15 días. Ahora pienso que quizás tengo un corazón omnipresente, porque me siento en casa en muchos lugares, porque amo en sitios diferentes pero de maneras muy parecidas. Ojalá estar presente en todos los sitios en los que podría amar, disfrutarlos a la vez. Desafortunadamente solo puedo escoger uno. ‘One at a time’.
Nunca me ha gustado eso de elegir. Mi padre lo sabe bien. Una vez devolví el mismo par de zapatillas de correr tres veces. A la cuarta las cambié por otro par. Y ya llevo más de cuatro años usando ese. Debería comprarme unas zapatillas nuevas –haciendo los cálculos concluí en que había corrido más de 2.000km con ellas–, pero me da miedo, no quiero afrontarme a ello. No sabría escoger la mejor, no sabría vivir sabiendo que existen otras opciones que me ofrecen más resistencia, más durabilidad, un mejor diseño… Es completamente irracional, lo sé. Pero también es entendible, ¿no? Ojalá tener todo el dinero del mundo y comprarme todos los modelos de todas las marcas. Así sería fácil. Probar todos los entrantes del menú e ir a todos los conciertos de todas las bandas, dormir cada día con sábanas diferentes y tomarme el café en una cafetería diferente cada mañana (eso ya lo hago, y me hace muy feliz).
¿Pero qué hacer con el amor?
Siempre he sido una persona fiel. Juro lealtad eterna, si te pasa algo te aseguro que yo voy a estar allí. Si me necesitas, conduzco, vuelo o camino las horas que sean necesarias para reunirme contigo, escucharte y tratar de solucionar todos tus problemas. Te garantizo que voy a pensar en ti al menos una vez al día, deseándote lo mejor y, quién sabe, quizás te envío algún rezo. Pero resulta que un día tiene muchas horas, y caben muchas plegarias en pocos minutos. Resulta que tengo una sed incansable de amar y siento que debo hacerlo en todo momento, si no, no existo.
Amo, luego existo. Y en el momento en el que me se me hace complicado lo de amar, entonces busco y encuentro otra vía, otra persona, otro hobby, otra ciudad.
He pasado toda mi vida queriendo a mi madre, creo que no he querido a nadie tanto como a ella. Pero un día, así porque sí, no me dejó quererla más. Un día el amor se tiñó de exigencia. Ese día el amor –el verdadero– se me empezó a acumular, e igual que cualquier materia con vida se fermenta, mi amor desechado comenzó a descomponerse, a desprender un olor agrio, a cubrirse de moho, que se expandió envolviéndolo todo, envolviéndome a mí, y me sentí envenenada. Estaba enferma, por un exceso de amor caducado que se exteriorizaba en comportamientos ariscos. “¿Por qué eres tan fría? ¿Por qué eres tan seca?” Cuando no tienes la libertad de entregar amor a tu manera, ese amor se transforma. Como una flor que, al no ser cuidada en el momento justo, se marchita, se muere y se pudre. El amor, como las flores, necesita ser entregado a su debido tiempo.
A día de hoy he aprendido a protegerlo, y lo libero en pequeñas dosis. Y escucha, es necesario, no es un capricho. Ojalá pudiese ser la única dueña de mi amor, para ahorrarme el dolor y los dramas innecesarios que conlleva cuando se comparte.
Me quedan 15 días en Madrid pero otros cientos de amor. Y no sé como condensarlos todos en dos semanas. Supongo que por eso Passenger escribió aquella canción que nos ha destruido a todos en algún momento:
“Only miss the sun when it starts to snow.
Only hate the road when you're missing home.
Only know you love her when you let her go”.
Solo extrañas el sol cuando empieza a nevar. Solo odias la carretera cuando echas de menos tu casa. Solo sabes que la amas cuando la dejas ir.
Madrid, sé que aún es pronto pero ya te estoy echando de menos, nos quedan muchas cosas por vivir, tú y yo y todo el amor que llevo dentro. Sé que no quieres que me vaya, pero ojalá me recuerdes con cariño cuando me haya ido, y espero que me recibas con brazos abiertos cuando decida volver.
Devolví las zapatillas tres veces en tres días. Pero hoy, después de cuatro años, no las cambiaría por nada del mundo. Madrid, déjame volar, sabes que volveré. Y espero que estés preparada.


